Editorial

The sealed Golden Gate in Jerusalem, also known as the Gate of Mercy. © Dawn McDonald via Unsplash.com

“El resto, los que se salvaron de la cautividad, allí en la provincia, están en una situación muy difícil y vergonzosa. El muro de Jerusalén está en ruinas y sus puertas destruidas por el fuego.”

(Nehemías 1:3)

Nehemías estaba exiliado en Babilonia, siendo un copero muy respetado del rey persa. Era el servidor de mayor confianza del rey. Estando lejos de su ciudad y pueblo de origen, Nehemías escuchó las inesperadas noticias acerca de la terrible situación que vivían los israelitas, desesperados y expuestos a la merced del enemigo. Los muros de Jerusalén estaban destruidos. Ya no había protección ni seguridad. La Ciudad Santa había caído.

Nehemías nunca antes había estado en Jerusalén, pero era la Ciudad Santa de Dios, y de su pueblo. Nehemías y los demás judíos exiliados buscaban la prosperidad de Jerusalén y de su pueblo, pues querían que el nombre de Dios fuera exaltado y glorificado en toda la tierra.  Las horribles noticias procedentes de Jerusalén provocaron una profunda compasión y un quebranto, lo cual demuestra el carácter de Nehemías. Incluso lloró, se lamentó, ayunó y oró. Nehemías estaba destrozado, era un hombre quebrantado. Mostró compasión hacia personas que nunca conoció, y hacia una ciudad que nunca visitó. Sin embargo, su corazón estaba allí.

Muchos años después, Jesús se aproximó a Jerusalén (Lucas 19:41-44), y al ver la ciudad lloró por el destino de su pueblo. Jesús lloró por la gente de la ciudad, y por las penurias que ellos enfrentarían en el futuro, por rechazarle.

La compasión, la empatía y la participación en el dolor y las pruebas de los demás son un mandato de las Escrituras. Pablo escribe a los gálatas: “Sobrellevad los unos las cargas de los otros, y cumplid así la ley de Cristo” (Gal.6:2).

Todos estamos llamados a tener el corazón de Jesús; y a tener compasión por las personas en dificultades, desgracia y destrucción, al contemplar la situación en Israel, Gaza, Líbano, Irak y Siria. Que nuestros corazones se llenen de compasión por todos los que sufren, los heridos, los perseguidos, los sin techo y los que han perdido a sus seres queridos. Oremos por los pueblos de la zona, para que puedan experimentar la paz (Shalom) de Dios, lo cual pondrá fin a estas guerras. Que la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, guarde los corazones y las mentes de nuestra gente en la región. 

Confiamos en que también ésta Navidad será una fiesta de Jesucristo como el principal pilar de nuestra fe. Deseamos que sea un tiempo especial de comunión y de unidad de todos los miembros de nuestra familia.

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Unido en Jesús

Yassir Eric

 


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